Unas breves líneas sobre algo muy particular de la Antropología: me refiero al método conocido como Trabajo de campo, nuestra seña de identidad metodológica en cuanto observación participante. Comenzamos por convivir con el grupo elegido para investigar al menos durante un año en un ciclo anual completo y sus variaciones; observamos lo que sucede y ocurre en tiempo real, sus momentos, modos y acciones significantes en el espacio en que se escenifican, siendo testigos personales directos; damos la palabra al nativo al que oímos con devoción en su voz original, en primera persona, anotamos cuidadosamente el vocabulario, cómo responden a sus problemas y conflictos con obras e ideas, cuáles son sus conceptualizaciones, emociones y creencias, cuál es su filosofía de vida en una palabra.
¿Por qué recogemos toda esta información que llamamos etnografía? Porque las cosas, los hechos, los trabajos, el cuerpo, los edificios, en suma las manifestaciones todas del modo de vida, las asociaciones e instituciones sociales vehiculan mensajes, transmiten intenciones, creencias y deseos a interpretar, modos del espíritu, discurso del indígena que legitimamos porque la emoción, la idea y la creencia y la creatividad del espíritu se hacen visibles en la acción, en el ritual y la fiesta, en la enfermedad y en la muerte, en todo lo humana encriptado en sociedad y cultura, nuestro campo.
Más concretamente y a nivel de escenario y acción: Julia y yo coleccionamos todo un material etnográfico sobre Galicia en trabajo de campo recogido durante más de dos años consecutivos comenzando en octubre de 1963 y a lo largo de 1964 y 1965 en las cuatro provincias de Galicia recorridas a pie, en mula, en barca y en coche, visitando más de trescientas aldeas y en diálogo intenso con más de mil quinientos informantes y participando en ferias, fiestas, ritos de transición, romerajes a santuarios salutíferos, y en numerosas visitas en años posteriores para comprobar detalles etnográficos concretos.
Y todo esto lo hacemos desde fuera, pero desde el de fuera que mira dentro, que convive y comparte, desde la puntual observación de verdades emotivas que no son las nuestras, lo que nos da una cierta objetividad y verosimilitud precisamente porque no estamos motivados por el fuego emotivo, local y pasional geográfico-político. Los nuestros son o puede ser en esencia los mismos problemas, lo que nos facilita la intelección empática, pero revestidos con otro ropaje cultural
¿En qué acaba todo esto? Toda esta riqueza etnográfica ha dado origen a once monografías antropológicas y numerosos artículos sobre Galicia en las que la etnografía se convierte en antropología, es decir, en sociedad, modos de vida, valor moral y emblemas de cultura y razón, sobre la naturaleza de la creencia en su carga emotiva y pasional, religiosa y política que aflora en el populismo, en la afirmación personal frente y contra la ley, en el separatismo, en la tensión actual en la Unión Europea y en el Brexit creando paraísos.
Observamos, repito, con el ojo curioso e inquisitivo de Buñuel pero describimos antropológicamente, él con su cámara; nadie describe –pinta- como Goya el gozo de vivir, la dureza del vivir y la terribilidad de la muerte –las aporías humanas-, vivencias personales en los tres casos visualizadas desde dimensiones técnicas distintas, pero los tres pretendemos finalmente que las voces de los informantes salten del texto, de la pantalla y del lienzo al lector y al observador y le hagan captar no solo la complejidad y diversidad de la cultura sino el predicamento humano subyacente siempre que con sus primeridades y ultimidades nos hacen a todos irremediablemente iguales y hermanos.